Ayer en la tarde al regresar al depa, decidí llevar a doña Pelos al parque Rufino Tamayo. En ese parque hay un espacio para soltar a los perros para que corran y se huelan entre ellos. Hay algunas bancas para que los dueños de los perros nos podamos sentar: ahí me senté, en una banca, al lado de un señor que parecía ser muy amable y que se le notaba que es muy cariñoso con los perros.
Mientras doña Pelos corría y jugaba con los otros perros yo leía una revista, de repente ella venía corriendo hacia mi y se subía rápidamente -sin siquiera decir "compermiso"- y se acomodaba a sus anchas en la banca, al señor le parecía gracioso y se reía mientras la acariciaba, claro está que ella muy ofrecida se le encimaba al señor para jugar con él y yo con la pena porque sus patas sucias por el lodo le ensuciaban; así sucedieron varias veces y entre esas el señor y yo intercambiábamos algunas palabras.
Antes de irme y la última vez que doña Pelos se encimó a la banca, le dije:
—Ándale Kika, vámonos -mientras le colocaba su correa-.
A lo que el señor sonriendo me preguntó amablemente,
—¿Cómo se llama la perrita?
—Kika, se llama Kika -le contesté-.
—¡Ah!, como yo -me dijo-.
—Y, ¿cómo se llama usted? -le pregunté-.
Y el señor responde con su amable sonrisa,
—Federico.
sábado, septiembre 09, 2006
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