Hoy que salí a comprarme algo para comer, tuve una deliciosa sensación: un viento fresco y suave acariciaba mi rostro, fue tan placentero que hasta me atreví a seguir caminando con los ojos cerrado, pero de repente la risa me atacó cuando recordé lo que había sucedido hacía unos minutos en mi oficina.
El divo de Tamaulipas, como lo llamé desde el primer contacto que tuve con él para decirle que era el afortunado ganador y acreedor de cierta cantidad por haber participado con su investigación, estuvo en mi oficina al mediodía antes de comer para entregarme la factura de su noche de hospedaje.
Este tipo es de origen español y desde un principio se portó como todo un divo, pidiéndome n cartas informándole a la caca suprema de la universidad donde él trabaja, que él había sido ganador de tal premio, que si la invitación electrónica para invitar a su gente, e te ce, e te ce, e te ce. Es uno de esos tipejos que necesitan sentirse reconocidos por cuanta gente conozca, claro, algunos necesitamos eso, pero en dosis moderadas o no en las dosis super dotadas como él.
Una no es que sea mamona ni que se sienta la maravilla ni la mejor mujer del universo, pero se reconocer lo mío y las actitudes en un hombre cuando este queda impactado por ella aunque ella disimule no saberlo.
Eso fue lo que pasó, el tipo, después de conocer la figura de aquella voz con la que siempre hablaba, se quedó pasmado. Su mamonería no paró, pero quizás es de comprender que así sea su naturaleza.
No era mi imaginación, podría jurarlo, su mirada hacia mi era impactante, penetrante, debo de reconocer que el tipo hizo un gran esfuerzo por mantenerse a la raya, sin embargo no se aguantó las ganas de saber un poco de mi: que si había nacido aquí, me hizo notar mi fisonomía según él un poco francesa, a lo que tiene algo de cierto, (soy una pinche mezcla, como casi todos los mexicanos), que si vivía en el centro, que si con mis papás, que si iría a estar yo presente en su presentación del libro y cuando le dije "sí" el tipo sonrió con luminosidad en su cara y hasta se le notó mucha emoción. Uff! hasta eso lo pude notar.
Al salir por la puerta, lo último que hizo fue voltear a verme como "por última vez".
Aquí es cuando me vuelvo muy religiosa y sólo le pido a diosito que ni se le ocurra tirarme el calzón, que me sería muy penoso decirle "gracias, pero no".