Lunes pasado, él me acompañaba felizmente a Julio Cepeda a comprar los juguetes para el cumpleaños de Isa y los regalos de navidad para mis dos sobrinos. El objetivo final: comer churros azucarados.
Mi mala suerte con las cajeras se hizo presente, las odio, las aborresco y las vomito cuando no ofrecen prontas soluciones al cliente.
Regina es dada de sacar su molestia, generalmente en gestos, en gestos que él mal interpretó que eran para él asegurando que así eran y siendo altamente grosero con esta escribiente. Como siempre traté de arreglar las cosas, pidiéndole que me explicara causa de su encabronamiento.
Al final, como buen toro que es, hizo lo que quiso, marchándose diciendo que tomaría un taxi para irse a su casa. Yo, como buen toro también, hice lo que quise: fui derechito a comprarme mis 6 churros por 20 pesos, mismos que me terminé antes de estacionar el carro al llegar a casa.
Llegando, preferí preparar la comida en eso, que llega él, saludando como si nada hubiera pasado y pidiéndome un beso y un abrazo, a lo que mi mente casi le dice "¿acaso estás pendejo?". Me dio la impresión que quería que yo le pidiera perdón por algo que YO no hice.
Fue a partir de ese lunes que toda mi perspectiva hacia él, cambió. Me ha dejado pensando muchas cosas, lo que sí es un hecho, es que no tengo ganas de verlo.
Hoy por la mañana me pasó un sentimiento parecido de cuando el místico impostor me lastimó: no sentir nada por él, quizás darle algo para que pruebe de su mismo chocolate, quizás venganza, pero eso no me gusta, aunque en el fondo quizás esa sea la palabra. El tipo me hirió en muchas maneras y se me dificulta sentir algo bonito por él.
No, no, no y no quiero verlo.